Flores de luz son derramadas sobre la Tierra,
por los ángeles del cielo
que traen entre sus manos la Misericordia de Dios.
Los corazones del mundo
renacen en el Espíritu Santo
y despiertan al llamado maternal.
Los soldados de la paz se unen,
porque llegó el momento de la consagración interior.
Estrellas fugaces cruzan el firmamento de la Tierra:
son las señales venideras de la eterna paz.
Por la consagración de la humanidad
surge la esperanza
y los que han perdido el camino hacia Cristo,
retornan al Padre a través de Su Sagrado Corazón.
¡Salve, Reina del Cielo!
¡Te alabamos y te adoramos
Inmaculado Corazón!,
porque Tu Gracia convierte nuestras vidas
y somos tocados por el don de Tu bendito amor.
¡Oh, Madre y Reina de la Paz!,
consagramos nuestra morada interior
a Tu Gran Espíritu Mariano.
¡Oh, Santísima Madre Inmaculada!,
confiamos plenamente en Tu camino de amor y de redención.
Que veamos nacer en el horizonte el sol sagrado de Cristo,
para que eternamente Él sea el lucero infinito
que guíe nuestros pies peregrinos,
y que ahora y siempre,
glorifiquemos al Dios Creador
por toda la Eternidad.
Amén